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viernes, 25 de abril de 2014



La historia del hampa en la última década
Por Alonso Moleiro | 20 de Enero, 2014

Afirmar que la violencia en Venezuela es hija del capitalismo constituye un argumento especialmente precario. Naciones latinoamericanas que viven en capitalismo, como Panamá, Costa Rica o Uruguay, son muchísimo menos violentas que Venezuela. Como lo son, con sobrada holgura, emporios capitalistas demonizados por la tosca propaganda comunista, presuntamente por ser pobladas por autómatas sin sensibilidad obsesionados con ganar dinero, como Nueva York o Berlín
El agravamiento del hampa en Caracas tiene insumos propios, elementos objetivos incuestionables, vinculados directamente con decisiones políticas o administrativas específicas. El gobierno hace todo lo que puede por no asumirlas, afirmando que este es un problema de todos, y la oposición ha hecho muy poco por colocar al gobierno contra la pared para que pague por sus omisiones y su responsabilidad.
No sólo se trata del evidente desinterés y de la ausencia de foco que tuvo el propio Hugo Chávez al aproximarse al problema. Hasta la llegada de Soraya el Ackhar, Chávez y sus colaboradores se pararon mucho tiempo pensando que la sola promoción  de programas sociales y transferencia de recursos constituía prueba incontestable de combate al crimen: el ilícito en Venezuela, se pensaba, era hijo directo de las desigualdades sociales; corregir esos desequilibrios con recursos y programas haría lo necesario sin tener que pasar por el costoso trámite de tomar medidas con costo.
“Aquí lo único que queda es rezar”: eso le dijo El Achkar a Contrabando, la revista de periodismo que dirigí durante unos años, cuando nos tocaba evaluar el nombramiento de Pedro Carreño en el Ministerio del Interior y de Justicia y la nueva posposición del programa de la Comisión Nacional de la Reforma Policial. El proyecto de Policía Nacional había sido de nuevo alejado de las manos de Chávez para improvisar de nuevo operativos irrelevantes, mientras, promovida por sectores autónomos del chavismo, ingresaron al país un peligroso número de armas y motos, se deterioraron más las cárceles y continuó la ruina tribunalicia y la interminable decadencia institucional de este país.
Parte de cierto chavismo militante de la clase media se ha pasado mucho tiempo intentando culpar de tal situación a alcaldes y gobernadores de la oposición. La lenidad, el desorden, la irresponsablidad, la improvisación, pero sobre todo, la existencia de una concepción equivocada sobre la responsabilidad ciudadana, el hecho criminal y el combate a la pobreza, hizo que ya fuera imposible disimular.
Todavía existen desencaminados voceros del chavismo radical proponiendo que esperemos un poco más: resulta que cuando el socialismo nos vuelva todos buenos, y quedan abolidas las clases sociales, será que se haga patente el fin de las tensiones sociales y la delincuencia termine de evaporarse. Entretanto, incluso, dicen que no hay problema alguno con la existencia de personas y colectivos armados hasta los dientes.
Pienso, además, que esa responsabilidad trasciende la comprobadamente mediocre gestión chavista en el tema. Casi todas las ramificaciones sociales, funcionales e intelectuales del chavismo se ha pasado estos años metida en una farragosa secuencia de consignas y abstracciones de carácter evasivo, que les han permitido estar totalmente ausentes del diagnóstico y la probable solución al problema del hampa.
Jamás, ni en el asesinato de los Faddoul, el de Filipo Sindoni o de los miles de trabajadores venezolanos que se ganan la vida escoltando ministros, la gravedad del problema del hampa, la impunidad en el crimen, la consolidación de una atmósfera asesina asfxiante en Venezuela, se puso adelante por cuenta propia alguna reflexión, algún debate televisado, alguna manifestación o expresión de inconformidad que obrara por cuenta propia y que no tuviera el permiso expreso del Comandante eterno. No se ha producido un solo debate en la Asamblea Nacional que permita una discusión sobre los alcances y el combate del delito. No parece haber verdadero interés sobre el tema.
Los venezolanos no estamos debatiendo ni reflexionando nada, o en todo caso muy poco, en torno a nuestro más grave problema en décadas, en parte por la actitud escrupulosa, maquilladora y cobarde de buena parte de las sociedad civil chavista, empeñada vanamente en evadir o minimizar el tema para no tener que asumir sus consecuencias.
Claro: como todos sabemos, afirman, Nueva York es más peligrosa que Caracas.

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