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viernes, 25 de abril de 2014



El “malandro nuevo” no cree en nadie
Alejandra Rodríguez Álvarez
26.01.2014 05:15 AM Los delincuentes de hoy no son, ni remotamente, parecidos a los de hace 20 o 30 años. Han mutado, sostienen especialistas. Se han vuelto más violentos y son cada vez más jóvenes.
Caracas.- Mientras que desde una celda bien acomodada en el Internado Judicial de San Felipe (podría ser cualquier otro), un “pran” hace una llamada y extorsiona a un ganadero; en el barrio La Bombilla de Petare, un niño sueña con ser delincuente. No, no quiere ser como Gustavo Dudamel, celebrado director de orquestas venezolano. Tampoco como el esgrimista olímpico Rubén Limardo. Quiere ser como “El Yoifre”, “El Niño Guerrero” o como cualquier otro de los muchos presidiarios que han ocupado los titulares de las noticias en el último lustro.
En el barrio para nadie es un secreto por qué ese niño, que bien podría llamarse Juan, Wilmer o Roberto, quiere ser “malandro”. Todos saben que pactar con la delincuencia le permitirá calzar zapatos de marca, obtener dinero fácil, tener mujeres y, sobre todo, reconocimiento. Ese que probablemente no encuentra en casa. Lo que el infante todavía no advierte es que si logra convertirse en el próximo “Niño Guerrero”, la fiesta le durará poco. Con suerte llegará a los 25 años. Y, seguramente, dejará algún huérfano.
Los victimarios de la violencia delincuencial en Venezuela son cada vez más jóvenes, más crueles, no tienen arraigo de ningún tipo y tampoco respeto por la vida de sus pares, coinciden los expertos. No son, ni remotamente, parecidos a los de hace 20, 30 o 50 años. Han mutado, se han transformado.
“El delincuente de los años 80 era completamente diferente al delincuente de hoy”, afirma el criminólogo y subcomisario jubilado del Centro de Investigaciones Científicas, Penales y Criminalísticas (Cicpc), Francisco Gorriño. Y no es la forma de ingreso al mundo delictivo lo que ha variado, sino el perfil que adquieren, luego de haberse sumado a las filas del hampa.
Sanos pero crueles
El psicólogo y director del Centro de Investigaciones Populares, el sacerdote Alejandro Moreno, distingue tres momentos en la evolución de la violencia delincuencial en Venezuela y, respectivamente, tres tipos de delincuentes: el antiguo, el medio o mediano y el nuevo. El antiguo y el nuevo son radicalmente distintos, no así el medio, el perfil de ese es un poco más difícil de establecer (es una mezcla entre el antiguo y el nuevo).
El nuevo es, entre otras cosas, muy joven. Ingresa al mundo delictivo antes de pisar la adolescencia y a los 25 ya es una máquina de matar. Aunque en Venezuela las cifras oficiales de violencia escasean, es bien sabido que el grueso de los involucrados en hechos delictivos no supera la mayoría de edad. El último informe anual del Ministerio Público indica que en 2012 fueron acusados 17 mil 721 menores por participar en actividades ilícitas. El bajo rango etario no es el único rasgo que caracteriza al delincuente venezolano del siglo XXI.
El antiguo tenía algo de escolaridad. Solía abandonar los estudios a los 14 o 15 años. El nuevo, con suerte, llega al sexto grado de educación primaria, asegura Gorriño. Tiende a ser problemático y, con frecuencia, se mete en líos: está buscando atención.
Se estrena robando, posiblemente, algún objeto de marca. Antes también era así. Pero convertirse en asesino significaba pasar a otro nivel. Hace un par de décadas los asesinos y ladrones estaban bien diferenciados entre sí. Únicamente se le arrebataba la vida a otro ser humano cuando se convertía en una amenaza. El asesinato era una “necesidad” producida por las circunstancias, explica Moreno, quien por años ha estudiado el comportamiento criminal.
Ahora robar y asesinar van de la mano. Matar le da poder al delincuente, por eso lo hace sin ningún reparo y con saña. Mientras más cruel sea el asesinato, más “cartel” (prestigio dentro del mundo criminal) obtiene quien lo perpetra, dice Gorriño. Los delincuentes compiten entre ellos: sus trofeos son las vidas de otros.
Tanto los “malandros” de la vieja escuela, como los de la nueva están involucrados en negocios ilícitos: microtráfico de drogas, por ejemplo. Pero en el pasado las drogas, el secuestro y el sicariato no eran el único modo de subsistencia de los antisociales: quienes delinquían solían tener algún oficio extra, alguna actividad adicional que les generaba ingresos y que alternaban con sus fechorías. Ahora la única “profesión” de los delincuentes es ser delincuentes.
Moreno asegura que el criminal promedio, en Venezuela, no está enfermo. Y no lo está porque comete delitos en pleno juicio de sus facultades, explica. Pero a diferencia del antiguo, es difícil distinguir en el nuevo algún rasgo de humanidad.
Matar es fácil
Cifras extraoficiales reportan que en Venezuela cada 20 minutos un ciudadano es asesinado. El organismo no gubernamental Observatorio Venezolano de la Violencia (OVV) estima que en 2013 la violencia homicida le arrebató la vida a aproximadamente 24.730 personas. Para los espectadores internacionales el número es escandaloso, pero la ciudadanía se ha resignado. O, por lo menos, eso es lo que asegura el estadístico y profesor de la Universidad Central de Venezuela (UCV) Félix Seijas, quien afirma que: “Estudios cuantitativos y cualitativos muestran que la posición de la mayoría de los venezolanos con respecto a la inseguridad, es resignación”.
El problema de fondo es que en el país, cuya capital está listada como la segunda ciudad más violenta del mundo, reina la impunidad, cree Gorriño. El especialista asegura que hace 30 años el éxito en el esclarecimiento de los homicidios estaba sobre 90% y ahora apenas sobrepasa 10%. “Ahorita cualquier delito ofrece impunidad al delincuente”, refiere.
Los cuerpos de seguridad no se dan abasto. No pueden contener la violencia desatada. En parte, porque algunos efectivos están aliados con los infractores. Para el delincuente nuevo la policía no es más que su competencia, por eso a veces la enfrenta, explica Moreno. Antes no era así. El “malandro” antiguo se cuidaba de los cuerpos policiales.
La abogada especialista en seguridad, Mónica Fernández, cree que el daño difícilmente podrá repararse en el corto plazo. En Venezuela hubo un quiebre de la institucionalidad, asegura. Todos los organismos encargados de garantizar la seguridad al ciudadano están viciados. Quien delinque no puede, por ejemplo, reformarse porque dentro de los muros de las prisiones son los reos quienes tienen el control.
Quien entra a un penal venezolano sale con postgrado en delincuencia. “Para que esto se arregle, deberán pasar unos 10 o 20 años, si comenzamos a trabajar desde ahora”, concluye.
7 delitos de cada 10 no son conocidos, por lo tanto no entran en las estadísticas oficiales, según una encuesta de victimización, llevada a cabo en 2013, por un equipo a cargo del criminólogo Freddy Crespo.
42% de los homicidios por arma de fuego que ocurren
en todo el mundo son perpetrados en América Latina, según la Coalición Latinoamericana para la Prevención de la Violencia Armada.
Ni las misses se salvan
El asesinato de la Miss Venezuela 2004 y actriz, Mónica Spear y su exesposo, Henry Berry, ocurrido el 6 de enero, puso en boca de todos el tema de la inseguridad que azota al país. De los diez implicados en el crimen, dos resultaron ser menores de edad.
Para tratar de calmar las aguas, el Gobierno nacional se pronunció y prometió que este año bajaría los índices delictivos. Dos de las posibles medidas que serán implementadas para combatir la delincuencia serán: la modificación del Código Orgánico Procesal Penal, para añadir más penas; y la modificación de la Ley Orgánica para la Protección de Niños, Niñas y Adolescentes, a fin de rebajar la edad mínima para ir a prisión, medida que hasta hace poco no era bien vista por los especialistas.
La abogada experta en seguridad y conductora del programa televisivo “Se ha dicho”, que transmite Televen, Mónica Fernández, cree que la modificación de las legislaciones no logrará acabar con el problema de la inseguridad. “¿Más penas para qué?”, se pregunta.
Fernández advierte que no habrá esfuerzo que valga si el sistema judicial no es saneado por completo. Para el criminólogo y subcomisario jubilado del Centro de Investigaciones Científicas, Penales y Criminalísticas (Cicpc), Francisco Gorriño, la única forma de combatir el delito es a través de los programas de prevención y el cese de la impunidad

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